Por Roberto L. Elissalde (Historiador)
Hace casi un año el 13 de febrero publicamos en Gaceta Mercantil un artículo titulado “El irlandés Sullivan ¿médico o envenenador?”, que llamó la atención de muchos lectores, especialmente por haber sido quien había realizado la autopsia del general Manuel Belgrano y por haber mantenido un largo pleito por el cobro de honorarios, ya que producido el deceso las visitas que hacía como amigo en compañía del doctor Redhead se convirtieron en consultas.
En aquella nota nos referimos a un médico irlandés John Oughgam, a quien, según la propia confesión, Sullivan había logrado “volver loco” con un veneno que le había puesto en el Café de la Victoria. De Sullivan teníamos noticias pero ninguna de su compatriota y este tema interesó tanto al extremo de que, con el embajador Justin Harman, cuando la Asociación de Estudios Irlandeses del Sur realizó en mayo una serie de cuatro clases sobre distintos aspectos del general Belgrano, el nombre de la víctima era lo único que teníamos y nada más, quedando siempre la esperanza de encontrar algo desconocido.
Lo cierto es que, leyendo un libro con los informes de John Murray Forbes, agente diplomático de Estados Unidos desde octubre de 1820 hasta su muerte, el 14 de junio de 1831, fuente de numerosos juicios sobre distintos aspectos de la vida social y de los distintos personajes de la época, encontramos a John Oughgam o Ougham, como escribe el apellido.
El 18 de junio de 1823 Forbes se excusaba con su gran amigo John Quincy Adams, secretario de Estado entre 1817 y 1825, en que asumió como presidente de los Estados Unidos, por “las pocas líneas, muy apuradas” que le había escrito el 3 de ese mes. No era para menos, no había creído de importancia mencionar “el serio accidente” que había sufrido un mes antes, “si no fuera por las graves consecuencias que ha tenido para mi salud, y que puede afectar el cumplimiento de mis labores oficiales”.
A continuación, relata detalladamente lo sucedido: “El día 9 del mes pasado, regresaba a casa después de una corta cabalgata, cuando justo frente a mi puerta, cayó el caballo sobre mí, produciéndome severas contusiones, particularmente en la cabeza, de gravedad tal que perdí el conocimiento y tuve que ser recogido casi sin vida. Se llamaron a dos reputados cirujanos, pero yo había sangrado tan profusamente por la nariz, por la boca y por el oído derecho (no menos de dos litros), que se consideró impracticable cualquier operación quirúrgica, por el momento. Fui puesto en cama, siete horas más tarde se me aplicó una sangría y por la mañana siguiente recuperé mis sentidos, pero me quedó un fortísimo dolor de cabeza y apenas si escapé a un ataque apoplético. Guardé cama por ocho días y estuve confinado en casa durante tres semanas, desde entonces he recuperado mi salud en general, pero sufro hasta ahora cierto grado de sordera y ocasionalmente violentos vértigos, que me impiden caminar por mi solo. El médico es de opinión que seguiré sufriendo estos trastornos por largo tiempo, con frecuentes posibilidades de ataques reumáticos a la cabeza y me aconseja ir a los Estados Unidos lo antes posible, para tener asistencia médica y remedios que aquí no existen”.
Forbes deseaba viajar, pero a la vez estaba en camino César Augusto Rodney quien venía a hacerse cargo de la legación, pero una vez llegado pensaba partir para hacerse tratar en su tierra. Como comprobante le escribió a Adams: “Con respecto a mi salud, acompaño certificado de mi médico, el Dr. Oughan, quien es el mejor de la ciudad”. Este comentario de parte de un paciente de ese nivel ya es prueba suficiente de la capacidad del cirujano irlandés, que sin duda fue quien lo atendió desde el principio.
Por si esto no fuera suficiente, arribó a Buenos Aires el enviado Rodney el 13 de noviembre de 1823, en compañía de su familia, y Forbes informó a Adams de su llegada en estos términos: “Lamento mucho tener que decir que su estado de salud es muy malo, a punto tal que no puede hacer el menor esfuerzo, espero que con tranquilidad, reposo y el buen efecto del clima, recobrará muy pronto su salud y su fuerza”.
La salud no mejoraba y tuvo que pedir varias veces que se pospusiera la presentación de las cartas credenciales. Con su consentimiento el 21 llamó a un joven médico norteamericano, Henry William Bond, que habría de casar en 1825 con Manuela Ortiz de Rozas, una hermana de Juan Manuel, que “le recetó algo” y a pedido de Rodney ese día se “instaló confortablemente” en un hotel americano. El 22 estuvo mejor pero el 23 tuvo un ataque apoplético a la madrugada; además de Bond, procuró Forbes que “concurrieran inmediatamente los dos mejores médicos de la ciudad: los doctores Oughan y Lepper”. El enfermo se salvó de casualidad porque no quiso tomar ninguna medicación ni hacer caso a los profesionales. Aunque no hubo remedio para los males de Rodney y murió en junio de 1824.
Estos dos episodios nos ofrecen una nueva pista sobre el doctor John Oughan, como creo que se escribía el apellido, aunque en documentos figura de la otra forma. Un aporte más a la historia de los irlandeses en nuestro país.
Articulo publicado en Gaceta Mercantil.