Por Brenda Howlin
La vida y la muerte estallaron en mi cara. Se nace de un segundo al otro y se muere igual. En el medio no hay nada. Hace cuatro meses vi salir de adentro mío un bebé, llorando, respirando y lleno de vida. Y hace cuatro días, mi queridísimo tío y padrino Ernesto, se fue delante de mis ojos, de un instante al otro y mis manos nada pudieron hacer para frenarlo. Lo vi caer, lo vi despedir su vida en una fracción de segundos.
El destino apareció como un rayo fugaz y no nos dio tiempo a nada. Cuando toca, toca.
Reconstruyo en mi cabeza tu caída una y otra vez, como unloop, tratando de entender cómo y porqué, pero no hay respuesta ni otro descenlace. La vida es misteriosa y así como llegamos, nos vamos. Listo. Aceptar o llorar. No hay otra. O las dos. Y agradecer.
No se entiende porqué partiste tan temprano, Erni, con todas las hormigas que te quedaban por fumigar y los árboles que ibas a podar. Me pregunto quién encenderá los faroles de tu casa de campo al atardecer. Era un placer verte ponerles querosén e iluminarnos el campo, junto a tu linterna de minero con la que nos marcabas el camino. ¿Qué haremos con tus termómetros, pluviómetros y relojes que dejaste por toda la casa? ¿Qué hacemos con tu celular colgado del único árbol que agarraba señal? ¿Y con tu docena de linternas? ¿Quién abrirá tu tranquera? ¿Quién me va a traer naranjas del campo un lunes a las 11 de la noche?
Siempre admiré tu generosidad silenciosa. Dabas sin decir que estabas dando. Pero nos dabas todo lo que tenías. Fuiste un ser tan noble, único y reservado que seguirás presente en nuestras conversaciones. Podías desayunar al mediodía debajo de la lluvia sin preocuparte por nada, acostarte a las 4 de la mañana después de cortar el pasto o tardar una hora y media en comer una porción de pizza, mientras nos contábas historias de parientes irlandeses. Pero siento paz al saber que te fuiste en tu amada tierra de Areco, tierra sagrada para la familia que guarda infinitas historias de irlandeses y dulces caseros. Te fuiste de la manera en la que todos nos quisiéramos ir, sin darnos cuenta, sin dolor y rodeados de amor. Tus últimas palabras fueron contándonos una anécdota de tu infancia, con una sonrisa calma. Y después te sostuvieron los brazos dulces de tu familia.
Tu vida estuvo llena de misterio, y eso hoy nos saca una sonrisa. El día que te despedimos nos enteramos que tus amigos del trabajo te habían puesto un apodo desde hacía 41 años: HOW y que decían que eras una mezcla de Steve Jobs y Dolina.
Sólo nos queda agradecer haberte conocido, que hayas llenado de dulces a cuanto niño o niña te cruzaste y seguir descubriéndote, porque eras misterioso y serás eterno. Cuidaremos tu amada tierra y tu sonrisa y mirada cristalina nos iluminarán por siempre.