Por Roberto L. Elissalde

Al cumplirse casi dos siglos de la independencia de la república del Perú el autor rescata del olvido a un personaje importante de esa proeza que condujo San Martín.

La república del Perú celebra hoy, 28 de julio, el 199º aniversario de la declaración de su independencia. La iconografía nos muestra al general José de San Martín anunciando ese trascendental momento al pueblo reunido en la Plaza Mayor de Lima. Le cupo a Manuel Pérez de Tudela, un ilustre arequipeño, redactar el acta de la reunión realizada pocos días antes en el Cabildo local, que fue rubricada por 339 personas de indudable prestigio social.

En la ciudad de los Reyes se guardaron los protocolos y ese 28 de julio, junto a una gran comitiva, salió San Martín del Palacio de Lima ubicado en el mismo solar en que se encuentra la sede del Poder Ejecutivo, acompañado por los miembros de la Real Audiencia, las dignidades eclesiásticas y los de las órdenes religiosas, las de la histórica Universidad de San Marcos (la primera fundada en América), los cabildantes y los oficiales. Llegado San Martín a la tarima armada en la plaza, que ocupaba una inmensa cantidad de pueblo, flanqueado por el conde de San Isidro y el marqués de Montemira, que llevaba la bandera diseñada por el Libertador, se la entregó y éste dijo: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la Patria! era necesariortad! ¡Viva la independencia!

Tal novedad era necesario comunicarla a Santiago de Chile para participar a su amigo Bernardo O´Higgins con detalles de la novedad a las capitales de las provincias de Cuyo, que se habían entregado hasta el sacrificio en la empresa y al gobierno de Buenos Aires. San Martín para eso pensó en un hombre de máxima confianza y discreción, el recién ascendido teniente coronel Juan Thomond O´Brien. Acababa de cumplir 35 años, era natural de Dublin y como otros tantos, tentado por la fortuna que daba el comercio, había llegado en 1812 al Río de la Plata. Sin embargo, trocó las telas y productos de manufactura británica por la espada y con algo de romanticismo heroico se enroló en el Ejército a fines febrero del año siguiente. En calidad de alférez revistó en el Regimiento de Granaderos que acababa de recibir su triunfal bautismo de fuego en San Lorenzo. A su frente estaba San Martín con el mismo ímpetu aunque todavía algo dolorido por las contusiones recibidas en aquella acción. O’Brien fue destinado a Montevideo, donde en un encuentro con las tropas sitiadoras fue herido levemente. Así siguió su carrera hasta que en abril de 1815 pidió la baja.

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