Por Roberto Elissalde (Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación)

En forma recurrente aficionados a la historia suelen repetir lo que escuchan de algunos guías de turismo muy poco formados, o estos de aquellos, lo que se repite en las redes hasta que el mito ya alcanza tanta difusión que se hace imposible informar que no es cierto porque es más “linda” la leyenda que la verdad, difusión de la que no están exentos algunos grandes medios.

Manifiestan que cuando Corina Kavanagh decidió, en la década del 30, encargar a los arquitectos Gregorio Sánchez, Ernesto Lagos y Luis María de la Torre el magnífico edificio que lleva su nombre, entrañaba una venganza contra Mercedes Castellanos de Anchorena, la mujer más rica de Buenos Aires, a la que nos referimos en estas páginas en algún momento.

Viuda joven, con entereza e inteligencia, ella misma se ocupó de la fortuna familiar que había heredado de su marido, Nicolás Anchorena, y más aún de acrecentar ese patrimonio.

Mujer de hondas convicciones cristianas, construyó iglesias, asilos y conventos, donó a entidades de beneficencia y se prodigó largamente hasta ser reconocida por la iglesia católica como Condesa Pontificia.

Levantó frente a la Plaza San Martín el Palacio Anchorena, antigua sede del ministerio de Relaciones Exteriores y Culto que hoy es utilizado como sede de esa cartera para actos protocolares, de ceremonial, etc.

Frente a la plaza mandó a construir la basílica del Santísimo Sacramento con materiales traídos de Francia e, incluso con los que no se utilizaron y otros nuevos, edificó una iglesia dedicada a Nuestra Señora de las Mercedes en el barrio de Belgrano. En el primer templo, en la cripta, reposan sus restos.

Dicen los propaladores de la leyenda urbana que también debió pasar por malos momentos, como cuando se opuso rotundamente al romance de su séptimo hijo, Aarón Anchorena, con Corina Kavanagh.

Nada más alejado de la realidad. Corina nació en Buenos Aires en 1890 y falleció en 1984. En julio de 1912 se había casado en Londres con Guillermo Ham Kenny, después lo hizo con Guillermo Mainini Ríos y, finalmente, en marzo de 1938 con Héctor Casares Lynch.

Aarón había nacido en 1877 y falleció en 1965. Contrajo matrimonio el 25 de agosto de 1933 en París con Zelmira Paz, viuda de Alberto Gainza, en un matrimonio de corta duración.

Agregan que la condesa veía en esa bella mujer una amenaza para el nombre y estatus de toda su familia ya que su deseo era casar a todos sus hijos con familias patricias, y Corina era simplemente una “nueva rica” que no pertenecía a la aristocracia argentina.

Afirman que, una vez que todo terminó, la condesa, satisfecha, puso todas sus energías en su sueño de comprar el terreno frente a la iglesia y convertirlo en una extensión de su propio palacio. Que al enterarse de las ofertas económicas de su exsuegra habría decidido comprar a un alto precio todos los terrenos lindantes al templo. Así, Corina habría comenzado a idear su venganza. No sólo habría logrado quitarle el sueño a la condesa sino también el poderío económico y social a toda la familia Anchorena, para lo cual no ahorró dinero ni esfuerzos.

En catorce meses edificó una gran mole de cemento con un estilo atrevido y amenazante, alto y voluminoso, el símbolo de su resentimiento. Los constructores de leyendas completan la historia asegurando que la imponencia del Edificio Kavanagh logró obstruir la vista de la iglesia de lado a lado y quitarle protagonismo al fastuoso palacio.

Todo muy lindo como “novela rosa” pero Mercedes nunca se opuso a ningún casamiento de ese hijo y mucho menos Corina tuvo semejante idea de vengarse por una sencilla razón: al tiempo de levantarse el magnífico edificio, los restos de la señora de Anchorena descansaban en la basílica del Santísimo Sacramento ya que falleció el 9 de julio de 1920, como ya recordamos en esta columna en su centenario.

Sirvan estas líneas para ayudar a destruir un mito que pone intenciones que nunca tuvieron ninguna de esas dignas señoras y que repiten permanentemente personas adictas al cotilleo.

Artículo publicado en Gaceta Mercantil.