Por Jorge Tartaglione

Debo declarar que, siendo médica diplomada, intenté inútilmente
ingresar al profesorado de la Facultad […]. Fue únicamente
a causa de mi condición de mujer que el jurado dio, en este
concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo:
no conceder la cátedra ni a mí, ni a mi competidor, un distinguido
colega. Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión,
llenarían un capítulo contra el feminismo, cuyas aspiraciones en
el orden intelectual y económico he defendido siempre […].
CECILIA GRIERSON

Cecilia Grierson representa la eterna lucha de la mujer por obtener derechos. Es impensable hoy que una mujer, para lograr un título universitario, tuviera que pasar por tantos obstáculos solo por cuestiones de género. Grierson los atravesó, con burlas, injusticias y reproches.

La personalidad que poseía y su sólida formación familiar le permitieron batallar de igual a igual con los hombres de la época. Fue la primera en derribar el mito de que la mujer debía ocuparse solo de los quehaceres hogareños. Y venció: fue la primera médica del país y de Latinoamérica.

Fue maestra rural, médica, feminista y emprendedora. Para la sociedad de la época, una mujer doctora era una afrenta a las cualidades femeninas. Pero ella obtuvo, en 1889, el diploma de Doctora en Medicina, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca y provocó un revuelo mayúsculo. Mientras unos pocos aplaudían su audacia, la mayoría se escandalizaba y consideraba que una mujer doctora era lo mismo que ultrajar la imagen femenina. Era una época en la que ser médico significaba vestir levita — esa prenda masculina que cubría el cuerpo hasta casi la rodilla — , lucir barba cuadrada, llevar galera de copa alta y hacer visitas a domicilio en un cabriolé, es decir en un carruaje de dos ruedas con capota.

Grierson fue un auténtico producto del Interior del país y de la ruda vida de campaña.

Nació en la ciudad de Buenos Aires el 22 de noviembre de 1859, cuando ni siquiera era la Capital Federal del país. La mayor parte de la infancia la pasó en la campaña, primero en Uruguay y luego en la provincia de Entre Ríos, donde su padre tenía una estancia en el distrito de Gená.

Confieso que durante mi niñez fui apática e indolente, pero amiga de contemplar la naturaleza y las plantas; los pájaros me atraían, así como el cabalgar por esas soledades; y […] gozaba en general de una independencia poco común en aquellos tiempos.

Hija de John Parish Robertson Grierson — hijo de William Grierson, un inmigrante escocés que llegó a la Argentina en 1825 — y de Jane Duffy — descendiente de irlandeses — , Cecilia era la mayor de seis hermanos (la siguieron Catalina, David, Juan, Tomás y Diego). Su familia era de gente próspera, más allá de que la pobreza los invadió coyunturalmente, como pasaba con cualquier argentino por aquella época.

Cecilia cursó la primaria en colegios ingleses y vivió en la ciudad de Buenos Aires hasta los 13 años, cuando tuvo que volver a su pueblo en Entre Ríos por la muerte del padre. Esta situación la obligó a trabajar de maestra rural, aunque careciera de título habilitante, una salvedad bastante común en esos años. El sueldo lo cobraba la mamá.

La revolución en Entre Ríos, a raíz de la muerte de Urquiza, había mermado la fortuna de mis padres y fui llamada a su lado acompañada del indispensable piano para mi perfeccionamiento; pero preferí entregarme de lleno a la lectura de los muchos libros [todos en inglés] que constituían la rica biblioteca de mi casa… Otra revolución. Y, por fin, una tercera, que nos encontró en el campo. Huérfana de padre, mi madre se apresuró a enviarme a esta ciudad, quedando ella valerosamente con mis hermanos pequeños en ese medio lleno de peligros, para tratar de salvar con su presencia lo poco que ya quedaba de nuestra hacienda […].

Una anécdota marca con claridad la personalidad decidida a todo. Cuando se trasladó a Buenos Aires, obtuvo un puesto como institutriz. Para lograrlo se extendió la falda de las polleras unos centímetros.

Preferí, antes de aceptar la hospitalidad de otros parientes más encumbrados, emplearme como institutriz. Para conseguir este puesto, tuve que alargar mis vestidos, pues en aquel entonces se juzgaba la edad y quizá los conocimientos por el largo de la pollera…

Esta actitud desde tan joven puso en relieve su independencia de carácter y espíritu. Tuvo lo que deseaba: niños a los que educar e independencia económica. Seguía los conceptos de la escritora, periodista y feminista británica Virginia Woolf, quien predicaba que la mujer debía contar con dinero y una habitación propia para lograr sus iniciativas. Eran los días de la revolución del militar y político Ricardo López Jordán, uno de los últimos caudillos influyentes que tres veces se sublevó contra el gobierno de Buenos Aires y fue derrotado en todos los intentos.

Los padres la habían enviado a Buenos Aires para mantenerla lejos del escenario de los hechos. Cuando renació la calma, regresó a Entre Ríos y asumió como directora y maestra en la escuela rural creada por el gobernador Juan José Pascual Echagüe, en las adyacencias de la estancia paterna.

Volví a mi hogar, en Entre Ríos, una vez terminada la revolución; y como nuestro patrimonio disminuía más y más, mi madre aceptó gustosa el ofrecimiento de la creación de una escuela rural que funcionaría en nuestra propia estancia; el nombramiento fue hecho por el gobernador doctor Echagüe. Debido a mi corta edad, mi señora madre figuraría como directora y yo haría de maestra; así, desde 1873 fui directora y maestra durante tres años, transmitiendo los pocos conocimientos teóricos que poseía…

Grierson era muy joven y le molestaba la responsabilidad que se le había impuesto pese a no contar con el título que la acreditara a ejercerla. De modo que, apenas se le presentó una oportunidad, volvió a viajar a Buenos Aires e ingresó en la escuela Normal Nº 1, fundada en 1874 por el proyecto de creación de escuelas normales. Aquella iniciativa había sido impulsada por Domingo Faustino Sarmiento, quien buscaba la formación de maestros de acuerdo con una idea de Nación. Fue la primera escuela de maestras de la provincia de Buenos Aires y, en sus inicios, funcionó en la quinta de la familia Cambaceres, en el barrio de Barracas. En 1880, la escuela se mudó al edificio actual, en la Avenida Córdoba 1951, que hoy luce deteriorado frente a la majestuosidad de la ex sede de Obras Sanitarias, ubicada enfrente. La primera directora fue una docente polaca, Emma Nicolay de Caprile, traída desde los Estados Unidos por Sarmiento. Grierson fue parte de la primera camada de egresadas.

En unas vacaciones vine a Buenos Aires a visitar a mis antiguos discípulos y amigos, quienes me hablaron con entusiasmo de la fundación de una escuela normal, y me instaron a que ingresara. […] Tres años felices de internado que se deslizaron sin sentir, en la antigua quinta de Cambaceres, sobre la barranca que domina a Barracas. Allí aprendíamos a vapor, pues urgía formar maestras en nuestro país; enseñábamos con entusiasmo a la par que estudiábamos y aprendíamos…

Se recibió de maestra en 1878, cuando Sarmiento ocupaba la Dirección General de Escuelas y este le ofreció un establecimiento de varones. Sarmiento deseaba que la instrucción pública estuviera en manos de mujeres. Esto ocurría en los días en que Buenos Aires contaba con apenas 30.000 edificios, de los cuales 23.000 eran casas bajas, 5.000 de un piso de alto y el resto de tres. Los mataderos funcionaban a 20 cuadras de la Casa de Gobierno y el alumbrado callejero se realizaba con 5.000 faroles a gas y 3.000 alimentados por querosene.

Recibida de maestra a principios de 1878, pude hacer venir de Entre Ríos a mi familia, a la que no había visto en tres años. El año 1880, durante el tiempo en que se tramitaba la federalización de la capital, es de ingrata memoria desde el punto de vista económico para los que fuimos maestros: ¡nueve meses sin cobrar un centavo y en hogares como el mío, en el cual mi sueldo era la única entrada!

Es evidente que la injusticia entre el salario de los maestros y la fabulosa tarea que desempeñan es un problema histórico en la Argentina.

Del magisterio, ingresó directamente en la carrera de Medicina.

Antes de 1882 concebí la idea de estudiar en la Universidad; primero proyecté dedicarme a las ciencias naturales… […] Hechos los trámites y rendido el examen complementario en el Colegio Nacional [hoy Central] de los ramos que no había estudiado en la escuela normal, […] resolví luego ingresar en la Facultad de Medicina.

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La amiga Amalia

Grierson indudablemente tenía una vocación humanista y diferentes circunstancias de la vida la llevaron a ingresar a la carrera de medicina. Por un lado, el deseo de ayudar al prójimo y también, por el otro, la necesidad de cambiar su propia calidad de vida.

Dos consideraciones me impulsaron a hacer este cambio: uno práctico y otro sentimental. Anhelaba dedicarme a otra carrera en la que mi actividad no fuera aquilatada por horas… En mi época se requería resistencia para ser maestra; la escuela normal primitiva y muchas primarias funcionaban de 9 a.m. a 5 p.m., con solo una hora de intervalo para el lunch. Yo, que siempre he puesto mis mayores energías en la labor a realizarse, me sentía agotada cada día; vislumbraba en la carrera de la medicina una profesión menos sometida a horarios, al mismo tiempo que seguía mi inclinación por el estudio de las ciencias naturales. La otra consideración, hoy es la primera vez que la confieso: tenía una amiga, distinguida condiscípula, noble espíritu, cuyo organismo se hallaba minado por una lenta enfermedad. Creía que podría salvarla poseyendo los conocimientos necesarios, es decir, siendo médica ¡Vana ilusión! Murió Amalia Kenig algunos años después de que obtuve el diploma anhelado…

El problema respiratorio crónico de su amiga Amalia fue determinante para que Grierson se volcara por la carrera médica. Como ella misma contaba con tristeza, nada pudo hacer para salvar a su compañera de la escuela normal, a la que la consumía la tos y la fiebre. A la luz de la historia, ese fue el gran motor que impulsó a Cecilia a comprender que no había una sino millares de Amalia Kenig que la necesitaban. Y así fue como ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas, en 1883, en la que se recibió el 2 de julio de 1889, sin dejar de trabajar como docente.

Para realizar mi aspiración de ser médica, renuncié al puesto en la Escuela Normal y obtuve una escuela nocturna de adultas, pues jamás pensé en olvidar mis sagrados deberes de sostener y educar a nuestra numerosa familia de hermanos menores. […]

Como era de esperarse, tuvo que superar muchas vallas por el solo hecho de ser mujer en un ámbito que, hasta entonces, estaba reservado para los hombres. Se sobrepuso a las crueles burlas de los compañeros de aulas, lo que hoy llamaríamos bullying.

En 1886, al estallar la epidemia de cólera en Buenos Aires, al ser la única mujer estudiante de Medicina, las autoridades sanitarias la designaron en el Hospital Muñiz. La enviaron justamente a la casa de aislamiento, donde las probabilidades de contagio y de muerte eran máximas. En ese momento fallecía uno de cada dos enfermos.

Extensa fue mi labor de los años de estudiante; recuerdo que cuando estudiaba tercer año de medicina, trabajaba fuera de mis estudios, ocho horas diarias para ganar el pan de cada día. Solo una constitución de hierro, como fue la mía, pudo resistir semejante trabajo.

Estas adversidades no le impidieron, todavía mientras era estudiante, ocupar puestos como ayudante de cátedra y fundar, en 1886, en el Círculo Médico, la primera escuela de enfermeras de América del Sur, oficializada por la Asistencia Pública en 1891. Un año más tarde se creó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. Fue Cecilia quien pensó en dotar a las enfermeras de un uniforme. Un ejemplo que se extendió luego en el resto de Latinoamérica. También se encargó de publicar la Guía de la enfermera y un tratado de primeros auxilios para los casos de accidentes.

Este notable motor que poseía la llevó a chocar continuamente con los prejuicios de la época:

Desde esa fecha [1886] principié a actuar en la enseñanza relacionada con la medicina… Fui ayudante de histología en la Facultad de Medicina desde 1885 a 1888; luego en el de micrografía de la Asistencia Pública desde 1886 a 1891; obtuve por concurso, sucesivamente, el puesto de practicante de vacuna, el de circunscripción, interna de la Casa de Aislamiento [hoy Muñiz] durante el cólera de 1886; practicante menor, luego mayor del hospital Rivadavia, practicante en el primer instituto de gimnasia Zander.

Bombera voluntaria

Por ser mujer le fue imposible incorporarse al profesorado universitario. Fue agregada a la sala de mujeres del Hospital San Roque, hoy Hospital General de Agudos José María Ramos Mejía. Además atendía una gran cantidad de pacientes en forma particular.

En medio de la carrera universitaria iba a demostrar que su ambición no era solo convertirse en una buena profesional sino desarrollar su condición de líder.

Fue secretaria del Patronato de la Infancia e inspectora del asilo nocturno de la Asistencia Pública. Eso no la conformó y organizó el servicio de ambulancias, para el cual obtuvo el uso de una «campana de alarma», hasta entonces reservada a los bomberos. O sea, esas mismas sirenas que hoy se escucha a diario en las grandes ciudades.

Fue miembro activo de la Cruz Roja y de muchas otras instituciones benéficas y de educación. Luego de cosechar estos pergaminos, consiguió dictar la cátedra de anatomía y fisiología e higiene en el curso normal del Instituto de Sordomudas, donde fue también médica de sus alumnas. Desde luego, todo era ad honorem. Cuando el asunto fue incluido en el presupuesto, se nombró en su lugar a un colega varón.

Trabajó en estas condiciones durante 42 años y, cuando quiso acogerse a los beneficios de una jubilación ordinaria, se le negó ese privilegio porque, salvo excepciones, jamás había ocupado cargos rentados y no conservaba los papeles que le dieran la constancia de actividad. Después de largos trámites obtuvo una jubilación extraordinaria, la que apenas le daba para subsistir en sus necesidades y, hasta el fin de sus días, vivió en la pobreza.

El 15 de abril de 1892 fundé la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, que hoy tiene vastas ramificaciones. Dichos conocimientos forman parte integrante de la instrucción dada en todas las escuelas, instituciones populares y dependencias oficiales de nuestro país; y se han formado salas de primeros auxilios en muchos pueblos, cooperando con los hospitales en la asistencia de enfermos.

Al despuntar el siglo XX, pocas mujeres se atrevían a abrir el horizonte de su visión más allá de lo que estaba permitido por las costumbres. No era habitual concurrir a una universidad o aspirar a un título habilitante. No existía la posibilidad de desempeñarse en una profesión liberal como médica, abogada, ingeniera, escritora o periodista. No debió ser nada fácil para Cecilia enfrentar los prejuicios para transformarse en la primera mujer en intentar convertirse en profesional de la medicina.

Al principio costó mucho trabajo convencer al público de la utilidad de las nociones antedichas, y para vencer esa indiferencia, enseñaba mañana, tarde y noche en los hospitales, centros obreros, reuniones aristocráticas y de beneficencia, dándolas en inglés y castellano.

Todas estas iniciativas le generaron una fuerte oposición, incluso entre las damas de la elite argentina, quienes se escandalizaban porque dictaba conferencias en fábricas y centros obreros. No podían acreditar que diera cursos de primeros auxilios para que los trabajadores supieran cómo actuar en caso de sufrir algún accidente. Entre otras cosas extrañas, Grierson obtuvo el curioso título de Bombero Voluntario de La Boca, otorgado por el personal del cuartel como premio a su labor y en gratitud a los conocimientos que les había transferido. Este acercamiento fue el que le permitió incorporar en las ambulancias las mismas bocinas que prendían los bomberos en caso de incendio, para así transitar raudamente por la ciudad.

[…] tengo entre mis testimonios y diplomas, un pergamino artístico harto curioso, pues soy miembro honorario de la sociedad Bomberos Voluntarios de la Boca, que me es de gratos recuerdos; también soy la única socia honoraria del Club del Progreso de esta capital. […] Algunas pequeñas iniciativas han sido incorporadas a nuestras costumbres, con gran alegría mía; tal como el repartir juguetes a los niños en las salas de hospitales y ponerles a la vista cuadros alegres y artísticos…

Coraje no le faltaba a Cecilia. Uno de sus mayores aportes fue la tesis de graduación sobre «Irritación o histeria en las mujeres recién operadas de ovarios», elaborada bajo la tutela de Mauricio Eustaquio Mateo González Catán, político argentino que se destacó como médico de varias familias de la elite porteña y fue, además, profesor y decano de la Universidad de Buenos Aires. Durante su mandato se creó la Facultad de Odontología, en 1890.

En 1891 fue una de las fundadoras de la actual Asociación Médica Argentina, un año después colaboraría en la realización de la primera cesárea en el país y, en 1900, fundaría el Consejo Nacional de Mujeres y la Asociación Obstétrica Nacional. También fue pionera en el tratamiento de niños con discapacidades y, en 1910, presidió el Congreso Argentino de Mujeres Universitarias.

Pese a todos estos pergaminos, nunca le permitieron hacer cirugías, solo por una cuestión de género. En agosto de 1894, por entonces con 35 años, se había inscripto en un concurso para ser profesora sustituta de la cátedra de Obstetricia para parteras, pero la compulsa fue declarada desierta. Debieron pasar más de tres décadas para que otra mujer, María Teresa Ferrari de Gaudino, alcanzara aquel cargo.

Fue únicamente a causa de mi condición de mujer (según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa examinadora), que el jurado dio, en este concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí, ni a mi competidor, un distinguido colega.

En el resto del mundo, la situación no era diferente. Las mujeres no podían acceder a puestos que hasta ese momento eran solo para los hombres. En Estados Unidos, un poco antes de estallar la Guerra de Secesión, el colegio de médicos de Filadelfia decidió expulsar a cualquier médico que admitiera alumnas o que tuviera como compañera de consulta a una doctora titulada. Tampoco les resultó fácil a Anna Preston y a Emily Cleveland, quienes ingresaron al primer hospital dedicado a la enseñanza clínica de la mujer y fueron injuriadas constantemente por todos los hombres.

En esa época era muy grande el prejuicio contra las mujeres que se dedicaban a las letras. Incluso algunas escritoras publicaban obras con seudónimos masculinos. El país que más reparos puso fue Francia y, en 1886, tuvo que enfrentarse a una luchadora similar a Cecilia Grierson: Magdalena Bres, quien había decidido estudiar medicina pese a ser la hija de un modesto carpintero, viuda y madre de tres criaturas. Cuando Bres pidió la inscripción a la Facultad, se armó un tremendo revuelo. El decanato no la admitió y todo París se rió socarronamente. Pero fue apoyada por el seno del poder. Ausente Napoleón III, el Imperio estaba a cargo de su esposa Eugenia de Montijo, quien con razonable criterio argumentó: «¿Francia puede ser dirigida por una mujer, y una mujer no puede ser médica?». Con este respaldo, el gabinete gobernante aceptó la inscripción de la hija del carpintero en la Facultad de Medicina de París. Bres sentó el precedente en toda Europa de que una mujer podía realizar estudios de medicina. El ejemplo se diseminó y las norteamericanas Augusta Klumpke y Blanche Edwards ingresaron a la facultad de medicina y se desarrollaron como profesionales.

Gracias al empuje, tesón y valentía, años más tarde se sumaron otras historias de heroínas que derribaron barreras. Entre nosotros es imposible no citar a la doctora María Teresa Ferrari de Gaudino, quien se convirtió, en 1927, en la primera profesora de Latinoamérica.

En 1885 nacía Alicia Moreau, quien iba a recoger la antorcha y llegaría a ser una médica prestigiosa, lucharía por los derechos de la mujer y acompañaría en su tarea a su esposo, el también médico Juan B. Justo. La labor de Juan B. Justo fue extensa: periodista, político, parlamentario, escritor, fundador del Partido Socialista de Argentina, del periódico La Vanguardia y de la Cooperativa El Hogar Obrero. Y nada lo hubiera podido hacer sin el apoyo, respaldo y ayuda de su esposa Alicia.

Esta penetración femenina, que se realizó con timidez, encuentra hoy a los claustros de las facultades llenos de estudiantes mujeres. La proporción ha cambiado en los últimos 35 años.

Cuando se recibío, en 1983, había un 80 por ciento de hombres y un 20 de mujeres. Hoy, esa relación se ha invertido.

Con el objetivo de perfeccionarse, Grierson viajó en 1891 a Europa. En Londres fue designada vicepresidenta del Congreso Internacional de Mujeres y luego se trasladó a Francia para capacitarse en Ginecología y Obstetricia. Durante el viaje también cumplió una función oficial, ya que el Ministerio de Instrucción Pública le encomendó estudiar los institutos de economía doméstica y labores femeninas. Además, se interesó por los institutos para ciegos y trajo material de enseñanza de las mejores instituciones.

Coincidiendo con algunos acontecimientos de familia, que dejaron desmembrado temporariamente nuestro hogar, resolví hacer un viaje a Europa para perfeccionar mis estudios médicos y visitar institutos de educación. Al irme, llevaba la representación de algunas sociedades femeninas ante el Congreso que se reunía en Londres, en julio de 1899, convocado por el Consejo Internacional de Mujeres. En ese acto se me confirió el nombramiento de vicepresidenta honoraria, con el compromiso de fundar, en nuestro país, un Consejo Nacional de Mujeres, lo cual hice cumpliendo mi promesa ante ese centro y cooperé en su desenvolvimiento mientras mantuvo las tendencias de sus congéneres. ¡Lástima dan instituciones fundadas sobre amplias bases que degeneran y estrechan sus miras y acción por egoísmos y vanidades personales!

Grierson me generó siempre profunda admiración por su enorme fuerza de voluntad. Todos los sinsabores que atravesó eran un estímulo para avanzar y resaltan su firme personalidad. Afrontó los inconvenientes que derivaban de su condición de mujer y venció obstáculos. Fue inmenso el mérito de Grierson, ya que con su ejemplo demostró que la mujer argentina tenía horizontes insospechables y formó la huella que luego siguieron muchas otras mujeres. Aunque en la medicina fueron necesarios diez años más para que otra mujer egresara de la universidad con un título bajo el brazo. Mantuvo una terrible lucha psicológica entre las aspiraciones, los deseos de crecer y las barreras que se le ponían. Sin dudas debe ser considerada como la precursora del movimiento feminista en la Argentina. No dudó, y con energía y optimismo, derribó los prejuicios que le pusieron por delante.

En 1899, conoció la sección británica del Consejo Internacional de Mujeres, presidido por Lady Aberdeen y, al año siguiente, cumplió la promesa hecha en Londres a la presidenta del Consejo Internacional de Mujeres y fundó la sección argentina.

Con un grupo de amigas, organizamos la Sociedad de Educación Doméstica, como una sección del Consejo Nacional de Mujeres, y fundamos la primera escuela práctica de economía doméstica que llamamos «Escuela técnica del hogar», donde se enseñaban quehaceres domésticos, cocina y modistería, la cual se sostuvo diez años, sin apoyo oficial alguno…

Más allá de la medicina

La lucha que desplegó por los derechos de las mujeres no se limitó al campo médico. En la primera década del siglo XX, extendió — desde la tribuna socialista — sus reclamos a los derechos civiles y políticos de las mujeres y participó de los primeros congresos feministas en el país. En 1910 fue nombrada presidenta del primer Congreso Femenino Internacional que se celebró en la Argentina, organizado por la asociación «Universitarias Argentinas», lo que le permitió hacer conocer en el mundo la acción de la mujer en la Argentina.

La emancipación de la mujer era considerada, por muchos, como el apocalipsis de la época. Juana Manso, escritora, periodista y precursora del feminismo en la Argentina, exaltó en uno de sus textos el sentimiento de la mujer a principios del siglo XX:

Ese trasto de cocina, esa máquina procreativa, ese cero dorado, ese frívolo juguete, esa muñeca de las modas. ¿Será un ser racional? ¡Emancipar a la mujer! […] ¡qué trastorno social!, ¡qué caos!… La mujer libre, ilustrada, emancipada de las preocupaciones que la condenaban a la inacción intelectual, que la destinaban al estado perpetuo de víctimas, es un enemigo.

Elvira Rawson de Dellepiane y Julieta Lentieri fueron también destacadas luchadoras por la igualdad de los derechos de los hombres y las mujeres. Lentieri, pionera del sufragio femenino, se graduó de médica en 1907 y fue la primera italiana en alcanzar un título universitario y la quinta médica recibida en el país. Acompañó a Grierson en la fundación de la Asociación de Universitarias Argentinas y en la organización del Primer Congreso Femenino Internacional, el Primer Congreso del Niño a nivel mundial, la Liga Pro Derechos de la Mujer y la Liga por los Derechos del Niño, además de participar en la Liga contra la trata de blancas. Ante diversas trabas para desarrollar su carrera profesional, ganó otra batalla: la ciudadanía, cuando todavía no había ni siquiera igualdad en derechos civiles para las mujeres. En 1932, con 59 años, falleció tras ser atropellada por un automóvil en el microcentro porteño. No dejaron de plantearse dudas por tan inusual accidente.

Grierson, en uno de los últimos viajes realizados por Suecia, Dinamarca, Bélgica e Inglaterra, además de visitar establecimientos de enseñanza doméstica y agrícola, comenzó a cuestionarse el gran esfuerzo que debía afrontar para lograr sus objetivos:

Recién después de ese viaje, en que me convencí de que ya no era la misma, he comprendido la verdad que nos dijo el profesor Altamira, en una conferencia en 1910: «Es un error, un atentado contra sí mismo, una inmoralidad, el trabajar con exceso». Así, confieso que, bajo este punto de vista, he sido altamente inmoral. No es la tarea apacible de la enseñanza lo que agota el organismo, es el trabajo apurado, la lucha diaria sin tregua, y más cuando […] una tiene que encontrar obstáculos a cada paso y creo que hasta mis últimos instantes tendré que luchar si aún quiero realizar algo.

Fue también pintora, escultora y deportista. Los últimos días de vida residió en la ciudad cordobesa de Los Cocos. Unos de sus últimos actos de generosidad fue cederle su casa de la serranía, ocho meses al año, a pintores para que pudieran trabajar. Llegó al final de su existencia cansada.

En esta profesión, en que la enfermedad más insignificante puede complicarse de un momento a otro, la tarea no siempre grata que resulta del contacto diario con la humanidad doliente en su peor faz: con enfermedades físicas y peor aún morales; la ingratitud humana; el peligro de traicionar por un gesto o una palabra el secreto médico tan sagrado, mantenía mi espíritu en un estado de tensión y angustia que al cabo de los años ha repercutido hondamente en mi organismo.

Donó un colegio para 100 alumnos en Los Cocos; cedió propiedades en las sierras de esa provincia para campamento veraniego de maestros y terrenos para que los adolescentes practiquen deportes. Incluso, legó una suma en títulos para que con su renta se otorgue anualmente un premio sobre el lema «la infancia sana y feliz». Murió el 10 de abril de 1934 y fue enterrada en el cementerio británico de Buenos Aires.

Su cara era redonda, tenía el cabello castaño y ojos azules. Nunca se casó ni tuvo descendientes. Su nombre está presente en hospitales y escuelas de todo el país. En 1995, al crearse el barrio de Puerto Madero en la ciudad de Buenos Aires, se decidió darle su nombre a la calle que es la continuación de la avenida Córdoba hacia el río.

Fue un arquetipo de la mujer que logró superar el ambiente de su época y cumplir con su vocación hasta diplomarse. Rompió el criterio social, que solo le permitía a la mujer ejercer la docencia primaria. Realizó una vasta tarea educadora y médica y abrió en nuestro país el movimiento feminista. No era una profesional que solo contaba con un título, tenía un espíritu emprendedor y generoso capaz del sacrificio. Evocarla también es recordar el nacimiento de la enfermería en la República Argentina. Fue una verdadera protagonista de la Historia de la argentina. Una heroína que realmente revolucionó la pacata sociedad de principios del siglo XX.

Capítulo del libro “HÉROES ARGENTINOS: Doce médicos que hicieron historia” de Jorge Tartaglione (2018). Agradecimientos: Amelia Alvarez de Editorial Planeta.